Archivo mensual: julio 2013

Apuntes sobre huellas (1)

No hay trascendencia posible en la palabra, sino la belleza, esa cualidad intangible de los objetos girando en torno a la gran herida, o en torno a la muerte, pasando el umbral negro donde cifra y sonido dejan sus marcas. «A nosotros nos queda hacer de la máscara el propio rostro». Sólo así se puede ir más allá de la página, con el ritmo de los vocablos, que se entornan, que abren caminos, que abren espirales por las zonas del mundo. Sólo así, se puede ir con esta carne, que derrumba su suelo, camino negro donde el sueño colinda y no regresa. No son trascendencias. Incluso a pesar del mérito que le acarreen a ciertas personas. No es la labor del elegido que detenta la palabra esencial. Son trasvases entre lugares, lenguajes, zonas. Son intercambios, transacciones de materia, que tienen tanto de trabajo arduo como de ocurrencia fortuita. La palabra es siempre, cuando la miro así, una tentativa de trasvase; no me trasciendo en ella. Si hago algo con ella, para ella, es precisamente decretar, más todavía que nunca, la intransitividad de la materia que existo.

En todo caso… el lenguaje que sirve de prótesis a este cuerpo, la socialidad inevitable de ese lenguaje que me alimenta, y la socialidad de estos cuerpos que llamamos humanos, todo ello suma un prontuario de trasvases o una “trascendencia” más bien de venas cerradas hacia cualquier arriba; abiertas en desagüe hacia el mundo.

El tiempo es una materia que he querido recorrer en diversas tentativas. El mundo que cae sobre sí mismo. Cómo vivirlo, sino por el movimiento de estos espesores. El reloj de cuello sobre la cabeza de nieve. La espalda dando espalda al reloj colgado. El cuello del ahorcado a la hora. La hora marcada por las herraduras de los potros, por el volumen de las crines mojadas. El segundero de la palabra que promiscuamente marca pasos sobre el brazo de la frase. He querido, he intentado, hacer del tiempo una superficie en las palabras, una explanada habitable. O mejor dicho, un suelo donde el cuerpo pueda caer mientras rumia sus palabras; un mar agitado de verbos que cuaje y que sirva de suelo donde no haya suelos. No sé si cuajar suelos de palabras sea una forma de construir trascendencias, o esencias, o moradas. El trasvase del que hablo me parece más bien una inmanencia y es siempre precario; pues siempre necesita, en cada presente, el cuerpo prestado que se hermane con la página o con el sonido. Cuando a la palabra trascendencia se le dé un sentido más precario, más terreno, menos familiar a las jerarquías, podría quizás empezar a utilizarla sin tantas incomodidades. Cuando esas palabra se enteren de la precariedad sustancial de los valores que construyen, cuando se asuman como hipótesis de la materia, podrían quizás, esas palabras, en su ejercicio, hacer una fortaleza de miserias al borde de una playa. Trascendencias, esencias, moradas, entre tanto, prefiero pensarlas como jerarquías inestables dentro de las cuales quizás no pueda evitar se etiquetado. Más que como propiedades esenciales de los poemas, del arte, los rituales o de lo que sea, prefiero pensarlas como ficciones. Pero, al fin de cuentas, entonces, ¿cuál es la diatriba? La diatriba es hacer visible la historicidad precaria de cualquier línea que quiera incrustar en un libro. Hacer visible, también, la ficción que acarrea cualquier saber que se coloque sobre la balanza del oro.

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Fanes

un parque de estatuas blancas
el afiche de un cuerpo envuelto en sierpe
alas de utilería —no de ángeles—
un libro de ocultismo
en el cuarto del hermano
revistas pornográficas apiladas
cuerpos impresos
en papel brillante
el nombre olvidado de una deidad griega
una mujer en tetas y detrás
un tren de colección, detenido, sobre el pubis verde de los rieles

fanal brotando luz espesa
extenso panorama de la piel
una larga deuda de miradas, de luces ambiguas en bordes
escamas de metal, tras las bisagra del resplandor
tras el negativo del destello
en la ceguera de la entraña

la plata pulida, yuxtapuesta
redondeada frontera, sobre el negro impreso de la tinta del papel
la portada de un disco
haciendo las veces
de la noche más  quieta
más sólida
lecho fértil
para el relieve metálico de las escamas
que cultiva el incendio
para la piel desconchada en cal
para las distancias de la sed
que arrojan verbos contra paredes

el esponjado satín
en el contorno de la polaroid sobre la silla
que dice, repetidamente, con golpes, que aquel cuerpo ya no existe
que es la certera ausencia de una presión sobre los pechos
La hija de la lágrima al lado
de un libro de Kerényi
soleadas platabandas
densas murallas de noche
plantabandas
armazones blancas
con un lado que no tiene sol

sobre la biblioteca para armar
el naranja de los leones en cópula
que se recortan contra la pared celeste
y en picada
el recuerdo de la copa rota del envoltorio
derramada sobre el piano impreso
dentro, el CD amarillo
con una carta
pulsar repetido de acústicos fantamas

la lista de souvenirs del deseo
es un largo cliché que no escarmienta

sobre los ojos
sobre los oídos

alguna canción de madrugada
por interminables escaleras anchas
altares
calles desiertas
mantra de labios
que caen como flores en el aire espeso

ficciones del cuerpo
pasillos de espejos
hacia jardines distantes
ficciones rotas en su tránsito
a medio decir
cuerpos atravesados de distancia
a medio medir
espejos y espesores
higienes trastocados
repetidas promesas sobre bidet
repetidas sábanas sucias
irresponsables declaratorias
retracciones infinitas

el juego de apostarlo todo al espejismo de lo tangible
es un aéreo bestial
apéndice de hexágonos
un flagelo de hipnotismo, autocontenido
en presión hacia el afuera
un encuentro de seres inexistentes
que arrojan cartas de una memoria no hecha

viene el incendio
del silencio
el bramido imaginario sin rostro
la evidencia de un cuerpo
es decir
la tangibilidad del azar velado
que es inaccesible siempre
detrás de un sol incandescente

la luz de un pecho incrustado se parte
rasgando el velo oscuro
y se clava en la distancia un recuerdo inmenso
que de inmediato se nos olvida
—las cosmogonías de Eros
pueden ser siempre tan tangibles como ficticias—

ENTONCES
el océano se vuelve un bisonte muerto
y su lengua es dulce como una colmena roja

TODO
es la hipótesis absorta
la presencia ausente de la carne y de la luz
del tú
y su nada ahíta de sangre
del tú
y la piel velamen extensa
del torso elevado
y la piedra en vilo del suelo
la fruta en medio del vacío: testículo del aire
los balancines ciegos: la procacidad de los campos

TODO es la hipótesis absorta

ENTONCES
la teta sudará profusa y fría
surgirán machas sórdidas sobre la tela más blanca
se sumarán estatuas satinadas a la llama del anhelo

porque interminable
es este ídolo de carne:

extenso parque de estatuas blancas

densa bisagra

y TODO

hipótesis absorta

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